Los jóvenes han sido importantes protagonistas de la historia del siglo XX en diversos sentidos. Su irrupción en la escena pública contemporánea de América Latina puede ubicarse en la época de los movimientos estudiantiles de finales de la década de los sesenta... Aunque en ese entonces fueron mas propiamente pensados como "estudiantes", empezaba a ser claro que un actor social que tendía a ser visto con temor o con romanticismo y que había sido "construido" por una pujante industria cinematográfica como un "rebelde sin causa",afirmaba, a través de sus expresiones, una voluntad etc. participar como actor político de manera enfática, los movimientos estudiantiles vinieron a señalar los conflictos no resueltos en las sociedades "modernas" y a prefigurar lo que sería el escenario político de los setenta.
Cuando muchos jóvenes se integraron a las guerrillas y a los movimientos de resistencia, en distintas partes del continente, fueron pensados como "guerrilleros" o "subversivos". Al igual que en la década anterior, el discurso del poder aludió a la manipulación a que eran sometidos "los jóvenes" por causa de su "inocencia" y enorme "nobleza", como atributos "naturales" aprovechados por oscuros intereses internacionales.
La derrota política, pero especialmente simbólica, aunada al profundo desencanto que generó el descrédito de las banderas de la utopía y el repliegue hacia lo privado, volvieron prácticamente invisibles, en el terreno político, a los jóvenes de la década de los ochenta.
Mientras se configuraba el "nuevo" poder económico y político que se conocería como neoliberalismo, los jóvenes del continente empezaron a ser pensados como los "responsables" de la violencia en las ciudades. Desmovilizados por el consumo y las drogas, aparentemente los únicos factores "aglutinantes" de las culturas juveniles, los jóvenes se volvieron visibles como problema social.
Los chavos banda, los cholos y los punks en México; las maras en Guatemala y El Salvador, los grupos de sicarios, bandas y parches en Colombia los landros de los barrios en Venezuela, los favelados en Brasil, empezaron a ocupar espacios en la nota roja o policíaca en los medios de comunicación y a despertar el interés de las ciencias sociales
Al finalizar la década de los ochenta y en los tempranos noventa, una nueva operación semántica de bautizo estaba en marcha: se extendía un imaginario en el que los jóvenes eran construidos como "delincuentes" y "violentos". El agente manipulador de esta etapa, seria la "droga". Así arranco la última década del siglo XX. "Rebeldes", "estudiantes revoltosos", "subversivos", "delincuentes" y "violentos", son algunos de los nombres con que la sociedad ha balizado a los jóvenes a partir de la última mitad del siglo. Clasificaciones que se expandieron rápidamente y visibilizaron a cierto tipo de jóvenes en el espacio público, cuando sus conductas, manifestaciones y expresiones entraron en conflicto con el orden establecido y desbordaron el modelo de juventud que la modernidad occidental, en su "versión" latinoamericana, les tenía reservado.
Pero, sin alusión a la fuerte crisis de legitimidad de las instituciones de los sesenta, ni al inicio de la crisis de los Estados nacionales y al afianzamiento del modelo capitalista de los setenta, ni a la maquinaria desatada para
reincorporar a los disidentes a las estructuras de poder en los ochenta, y mucho menos, sin hacer referencia a la pobreza creciente, a la exclusión y al vaciamiento del lenguaje político de los noventa, resulto fácil convertir a los jóvenes unto en "victimas propiciatorias", en receptores de la violencia institucionalizada, como en la figura terrible del "enemigo interno" que transgrede a través de sus practicas disruptivas los ordenes de lo legitimo social .
El siglo XXI arranca con evidentes muestras de una crisis político-social. De maneras diversas y desiguales, los jóvenes han seguido haciendo estallar las certezas y han continuado señalando, a través de los múltiples modos en que se hacen presentes, que el proyecto social privilegiado por la modernidad en América Latina ha sido, hasta hoy, incapaz de realizar las promesas de un futuro incluyente, justo y, sobre todo, posible.
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