lunes, 8 de agosto de 2011

Cultura política



Algunos de los enfoques clásicos en torno a la conceptualización de la acción colectiva han centrado prioritariamente su mirada en aquellas maneras de participación formales, explícitas, orientadas y estables en el tiempo,con la consecuente teorización que parece reconocer sólo como cultura política aquellas representaciones y formas de acción formales y explí- citas. Este tipo de intelección ha provocado que las grupalidades juveniles, efímeras, cambiantes, implícitas en sus formulaciones, sean leídas como carentes de un proyecto político y que se reduzca su relación en este ámbito, por ejemplo, a la participación electoral.

Paulatinamente y en relación con la literatura sobre nuevos movimientos sociales y las reconceptualizaciones sobre lo político (Touraine, 1994; Melucci, 1989; Offe, 1990; Maffesolli, 1990; Sartori, 1992; Lechner, 1995), aparece en la literatura sobre juventud una revaloración de lo político, que deja de estar situado más allá del sujeto, constituyendo una esfera autónoma y especializada y adquiere corporeidad en las prácticas cotidianas de los actores, en los intersticios que los poderes no pueden vigilar (Reguillo, 1996).

La política no es un sistema rígido de normas para los jóvenes, es más bien una red variable de creencias, un bricolage de formas y estilos de vida, estrechamente vinculada a la cultura, entendida como “vehículo o medio por el que la relación entre los grupos es llevada a cabo” (Jameson, 1993). Sin embargo, es importante reconocer que las articulaciones entre culturas juveniles y política están lejos de haber sido finamente trabajadas y que en términos generales esto se ha construido desde una relación de negatividad, es decir, desde la negación o desconocimiento de los constitutivos políticos en las representaciones y acciones juveniles.

Lo que el mapa aquí trazado intenta es revelar las fortalezas y debilidades en los estudios sobre juventud desde la perspectiva de los estudios culturales. Del conjunto de posibilidades de análisis, estos tres objetos-recortes se articulan a varias de las preguntas clave de los estudios culturales: la identidad como lugar de enunciación socio política, las intersecciones entre prácticas y estructuras; los escenarios del conflicto y la negociación por la inclusión, vinculados tanto a los discursos como a las practicas y las coordenadas espacio-temporales como dimensiones constitutivas de lo social.

Resulta urgente hacer la crítica de los modos de conocimiento, del papel no inocente de la mirada que construye el conocimiento para elaborar una agenda que sin autocomplacencias permita trascender las visiones que han construido al joven como la pobre “víctima” de un orden injusto, como jinete del apocalipsis o como redentor.

La diferencia entre el discurso del sentido común respecto al discurso de las ciencias sociales es que el primero, para funcionar, requiere ser inconsciente (Ibáñez, 1994), aceptar el orden de las cosas como dato dado; mientras que el segundo supone la reflexividad mediante la crítica de los conceptos y las categorías.

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